De Chile a Uruguay en velero

La vida me empujaba otra vez al sur, el fin del mundo como le llaman algunos, o el comienzo, como le llaman otros. Un lugar tan cargado de paisajes como de historia, de gente alevosamente amable, de viento y frío. Un lugar que no sé por qué me gusta tanto y que es una presencia permanente que siempre que pienso en viajar. Ni hablar de cuando me cruzo con algún blog de otro viajero solitario con fotos de su carpa en medio de las montañas Australes…Un lugar que supo atrapar y obsesionar a Darwin y a incontables exploradores cuando el mundo era otro. La Patagonia y en especial su parte más sur es quizá uno de los pocos lugares en el mundo donde todavía la palabra salvaje sobrevive salvajemente.

La gente que vive en esas latitudes ya sea por voluntad propia o por las circunstancias de la vida, me parece siempre interesante de escuchar. Un pedazo del mundo que se congela gran parte del año, una parte del mundo que en cierta forma no parece pertenecer al mundo y que sin embargo ha sido el objetivo utópico de los grandes aventureros de la historia, muchos de los cuales pagaron esa obsesión con su propia vida. En esta entrada, sin embargo, no voy a ahondar más en estos aspectos ya que éste fue un viaje de navegación. Pero espero con esta introducción y con mi diario de viaje del 2012 inspirar a quien lea esto a visitar quizá mi lugar favorito en todo el mundo. Por ahora, por lo menos. A diferencia de mi viaje en 2012, esta vez me dirigí desde Montevideo directo a Puerto Williams, ubicado en la Isla Navarino. Desde allí me embarcaría a bordo de un velero Alemán para navegar casi 3.000 kilómetros de vuelta hacia Uruguay.

Levantando el pulgar sobre el Estrecho de Magallanes en algún lugar de la Ruta 3, Argentina.

Luego de mi excelente experiencia en el 2012, bajar haciendo dedo (autostop) era la única opción. Y vaya que fue lo acertado: tres días después, habiendo recorrido casi 3.500 km en 9 vehículos, llegué finalmente a Ushuaia, cansado y casi sin dormir, pero con imágenes e historias en mi capocha que me van a acompañar por siempre. Viajé con camioneros, con el servicio de Correos Argentino, con gente pudiente y con gente sin un peso en los bolsillos. Con gente que quería charlar y con gente que no quiso decir más que “hola” y “buena suerte”. Todos ellos, tremendamente amables y desinteresados. Pasé dos noches al costado del camión que viajaba en medio de la pampa, comí unos churrascos con un camionero al costado de un río. Me despertaron los zorros curiosos sobre el canal de Magallanes y tuve mucho tiempo para pensar en la vida y esas yerbas. Y todo eso en 3 días y quizá 150 pesos Uruguayos de gasto en unas galletitas para no subirme a mis transportes con las manos vacías. Un viaje de 3 días que podría verse como simplemente una forma barata de llegar al comienzo del verdadero viaje, ya era un viaje de por sí y si al llegar a Ushiaia hubiese pegado la vuelta a Uruguay, lo hubiese hecho con una sonrisa de oreja a oreja. Lo lindo de andar a dedo.

Llegado a Ushuaia me instalé en un hostel con la idea de buscar cómo cruzar el Canal de Beagle hacia la Isla Navarino. Estuve varios días recorriendo las marinas, los clubes, hablando con toda persona que me pudiera ayudar a cruzar el canal. También aprovechando mi estadía en esta increíble ciudad aproveché para visitar el famoso penal de Ushuaia, una ex cárcel que funcionó por unos 50 años allá por los comienzos del siglo XX que se mantiene en muy buen estado: una visita obligada para el que pase por la ciudad. Fue construida en un tipo de arquitectura similar a otras cárceles en otras partes del mundo, pero la particularidad de este penal era -por supuesto- su ubicación: la desolación de la tierra del fuego en esa época, sumada al aspecto climático la hacía especialmente dura para el pobre infeliz que decidiera escapar.

Durante mis días en Ushuaia decidí – por qué no- meter una nochecita de bailanta en un baile que ni me acuerdo el nombre. Se armó previa en el hostel, chupindanga y ainda mais y allá arrancamos para el baile. Iba a estar no sé cuántos días en alta mar así que, como buen marinero de esos que se bajan de los cargueros (a la inversa), me aseguré de servir bien la copa. Volvimos de madrugada, solo que a diferencia de mis “colegas” bengalíes yo me iba a embarcar en un velero turístico y no iba a pasar 6 meses acarreando redes con pescado. Pero, bueno, ¡son detalles menores! No tuve éxito en mi búsqueda de cómo cruzar el canal. A esta altura del año el tráfico es muy escaso y el poco que hay es caro, por lo que tuve que tomar una avioneta (también cara) con parte del resto de los tripulantes del velero. Del otro lado del canal me esperaba lo que sería mi hogar por las próximas semanas, y mi cabeza que no daba abasto de tanta alegría.

El Santa María Australis es un velero de aluminio de dos mástiles construido en Polonia en 1998. Tiene 66 pies de eslora y 18 de manga, en criollo; 20 metros de largo y 5.5 de ancho. Es capaz de desarrollar una velocidad de aprox. 9 nudos, más lo que la corriente aporte. La cubierta exterior está enteramente recubierta en madera de teca, así como todo el interior. Tiene capacidad para llevar 12 pasajeros y para esto cuenta con 4 baños y todas las comodidades que alguien pueda desear: desde internet satelital hasta a duchas calientes cuando alguno de los dos motores Diesel están en marcha. Tiene dos áreas comunes: una sala interior con una mesa de buen tamaño rodeada de sillones donde la barra se relaja y la cabina exterior, donde se encuentra el timón y de donde se pilotea el velero. Esta cabina exterior es también grande y semi cerrada (se puede cerrar completamente mediante un toldo) lo que es una gran ventaja para hacerle frente al viento y frío. Se podría decir que es un velero de alto lujo, pero tampoco soy experto en el tema. A simple vista parece un velero armonioso, en equilibrio entre tenacidad, dureza y comodidad.

Hace mas de 10 años que el Santa María Australis navega los mares del sur. Para esto tuvo que ser reforzado, preparándolo para los altos esfuerzos de las también altas latitudes. Hoy es un barco que parece no tener un horizonte al que no pueda llegar: visita la Antártida varias veces por año, las islas Georgia del Sur, el pasaje «Noroeste», del Atlántico al Pacífico por el norte del continente americano, la polinesia (o estaba en los planes si mal no recuerdo) y por ahí sigue la lista.

Al mismo nivel de armonía que el barco se encuentra el capitán: de origen alemán, Wolf es un tipo macanudo, reservado pero de buena charla y con el que es fácil y entretenido navegar. Con un extensísimo historial de navegación, no sólo ha navegado casi toda su vida, sino que los últimos 20 años lo ha hecho principalmente en los mares del sur: múltiples circunnavegaciones al Cabo de Hornos y viajes a la Antártida, Georgia del Sur etc. Hay que tomar conciencia de lo que significa navegar en estos mares, impredecibles e implacables. Al igual que cuando se compara un año de un perro con el de un humano, un año de navegación en estos mares debe equivaler como a tres o cuatro en otro lado. Basta con hablar con alguien que tenga una idea del tema para que abra los ojos cuando de navegar en el Cabo de Hornos se trata; y el Cabo parece ser sólo el principio del periplo que significa cruzar el paso Drake, esa temida franja de mares salvajes entre el continente Americano y la Antártida, que espero algún día cruzar y sigue siendo mi principal objetivo después de tantos años. El barco pertenece a un emprendimiento familiar de los que me gustan a mí, en el que toda la familia parece estar involucrada y en el que más allá del business se nota que las cosas se hacen por pasión. Hacer el negocio familiar a partir de la pasión y no la pasión por el negocio. Por sobre todas las cosas, al igual que el Tano Antonio que me subió a bordo de su velero La Pinta en 2012, Wolf y su esposa Jeannete confiaron en mi y me abrieron las puertas del Santa María Australis lo que fue un gran compromiso de su parte y por lo que les estaré eternamente agradecido.

Preparativos en Puerto Williams, Isla Navarino, Chile.

Puerto Williams es un pequeño pueblo (en expansión!) en la Isla Navarino, sobre el canal de Beagle frente a Ushuaia. Pertenece a la comuna de Cabo de Hornos, en la XII región de Chile «Magallanes y Antártida Chilena» (así es, tanto Chile como Argentina siguen insistiendo en reclamarse la Antártida para sí…). Es un pueblo simpático, ubicado a orillas del Beagle y flanqueado por grandes cerros que se convierten en montañas agudas más al sur. Tiene una población bastante estable de 2.000 – 3.000 habitantes y a pesar de que cada día menos, todavía se nota su gran herencia naval, ahora diluida un poco en la actividad turística. También es punto de reunión para muchos veleros que se aventuran en estos mares, razón por la cual me encontraba allí por segunda vez.

Frente a Puerto Williams hacia el norte a menos de 50 km esta Ushuaia, ciudad mucho más grande y preparada para recibir cualquier tipo de turismo peeero es también Argentina y ha sabido enemistarse con este tipo de embarcaciones mediante la siempre eficaz máquina burocrática y la guerra al dólar americano, complicando en vez de facilitar, cobrando y trancando (en épocas Kirschneristas por lo menos). Chile parece ser un país más flexible, tanto para embarcaciones pequeñas como para los grandes cruceros, que ya tienen su mira puesta en Punta Arenas y en un futuro porque no, Puerto Williams. Que esto sea algo bueno o malo para el pueblo y la isla es otro tema.

Luego de un par de días de puesta a punto del barco, el grupo internacional que iría a bordo, conformado por Alemania, Austria, Canadá, Chile y Uruguay, estaba listo para partir. Sólo faltaba el viento en el Atlántico sur o, mejor dicho, el viento adecuado ya que en esta zona parece ser el exceso de viento más que la falta lo que retiene a los barcos en el puerto ¡Y pucha que el viento se hizo esperar! Lo positivo es que nos dio tiempo de explorar el pueblo y algunos de los trekkings más accesibles como ser la subida al Cerro Bandera, con increíbles vistas a todo el Beagle o la subida a la Laguna Róbalo, que no puedo ni empezar a describir, haría falta un Neruda o alguien así para expresar lo que es el reflejo de las montañas y bosques otoñales sobre su agua espejada. Atardeceres y amaneceres con esa luz oblicua del sur que los hace únicos. Por suerte tengo fotos ;).

También pudimos visitar el rompehielos “Almirante Viel”, de la Armada Chilena, su hangar con helicóptero de rescate, puente y demás. El club de yates Micalvi, quizá uno de los clubes/bares que más me gusta, también nos agasajó con alguna noche divertida. Una noche de copas que compartimos con gente local y de otros veleros, terminó en baile rabioso y en mi momento favorito de la noche: el Julien, un francés macanudazo que venía viajando con Cristophe en su velero desde Ushuaia (otro valor que agradezco haber conocido), tenía el plan de quedarse en la Isla Navarino por no sé qué tiempo. Resulta que en medio de un estado alcohólico no menor en el que estábamos, decidió en ese mismo momento en vez de quedarse, embarcarse al día siguiente en una lancha a motor de vuelta a Puerto Montt. El capitán, otro personaje Chileno de esos que solo se encuentran en Condorito, le dió la bienvenida con un estado etílico mayor que quizá el de todos los demás juntos! Una de mis noches favoritas sin dudas, no solo por el clima de parranda que armamos sino por ese hermoso grado de libertad que estaba presenciando, esa idea de viajar sin ningún plan, abierto a lo que pueda pasar es quizá el regalo más grande que alguien pueda pedir. ¡Quien pensaría que todo esto fue en un barco viejo hecho bar debajo de los 58 grados de latitud Sur!

Los días siguientes los pasé realizando más tareas en el Santa María Australis y charlando con Christope a bordo de su velero Venus. Este personaje francés me intrigó muchísimo. Si mal no recuerdo tenía aproximadamente mi edad pero ya era capitán de su barco (que había navegado desde Francia) y ahora estaba realizando viajes en el fin del mundo. Disfruté mucho mis charlas con él, de su profesión de restaurador de antigüedades y de los desafíos de la vida de a bordo desde todo punto de vista, entre ellos el sentimental y de la complejidad de formar una familia con este estilo de vida tan particular. Cuando nos despedimos me regaló un libro «el cazador de barcos» que me ha acompañado desde entonces. Christophe ahora tiene una hermosa familia y junto con Emma (a quien creo había conocido un poquito antes de nuestro encuentro) y navega en su nuevo velero LifeSong. Espero la vida junte nuestros caminos en alguna otra parte del mundo.

El tiempo en tierra también nos dio el tiempo de conocernos entre los tripulantes, con los que íbamos a convivir en un espacio «relativamente» pequeño, rodeado de cientos de km de océano y hasta les puede cocinar una colita de cuadril a la parrilla al estilo Uruguayo. Este es quizá el otro punto fuerte del ambiente de la navegación, por lo menos en esta parte del mundo; la gente. Todos y cada uno de los tripulantes, con los cuales tuve la suerte de convivir muchas horas de pura charla, eran tipazos. Gente interesante e interesada en conocer, en charlar, en intercambiar opiniones. En gran medida, está ahí también el éxito del viaje.

All hands on deck!

¡Por fin estábamos prontos para zarpar! Realizamos aduanas, compramos unos víveres de último momento y preparamos el barco para despedirnos del club de yates MICALVI y su bar lleno de banderas y banderines de navegantes pasados. De repente un mensaje de radio «nueva condición de puerto; CERRADO». Las nubes que venían amenazandonos desde el suroeste finalmente habían llegado, CHUUUUCHA! Dirían los chilenos. Por suerte al rato luego de unas maniobras administrativas nos dieron el zarpe. Solo faltaba salir de la balsa que formábamos con el Pelagic Australis, el Venus y el Commitment, ya estábamos a la mar. Que lindo sentimiento!

Dejando el aeropuerto y la «Punta Gusano» a babor (“a la izquierda” del sentido de navegación del barco) y el pueblo a estribor (el opuesto), tomamos el canal de Beagle hacia el este. Luego de unos minutos de motor dejamos volar la vela llamada genova que nos dio unos 5 a 7 nudos de velocidad parejos. El viento estaba paralelo a nuestro rumbo por lo que hubo que cambiar la vela de lado un par de veces. Pasamos cerca del naufragio del “Logos” que hoy es símbolo del canal. Este barco era una biblioteca navegante de una misión evangélica de Estados Unidos con el objetivo de llevar más de 4.000 libros con la palabra de dios a todos los rincones del mundo. Bueno ese día dios decidió que el Logos quedaría con anclaje permanente en el Canal de Beagle luego de encallar por un error en el curso de la navegación. El Beagle y toda la Tierra del Fuego cuentan con un gran pasado de misiones religiosas fallidas y también desastrosas para los habitantes originales de la zona.

Naufragio del “Logos”, Canal de Beagle

Durante gran parte del camino nos acompañaron los delfines, saltando y nadando a toda velocidad entre babor y estribor, proa y popa. Es increíble verlos en la vuelta del barco simplemente pasando el rato curiosamente. Su conocida inteligencia salta a la luz al ver su interacción social con el resto o cuando nadan de costado para poder mirarte a los ojos. Es un espectáculo que no tiene desperdicio y del cual es difícil aburrirse. Ellos si se aburren al rato y nos abandonaron para seguir con lo que sea que hacen los delfines el resto del día.

A eso de las 4 llegamos a caleta Banner sobre la parte norte de la isla Picton. Tiramos el ancla y disfrutamos de un atardecer espectacular. La caleta está protegida por la Isla Gardiner, nombrada así por el misionero anglicano tan recurrente en la historia de la Tierra del Fuego. Fue desde ese mismo lugar, casi 200 años atrás, desde donde Allan Gardiner y un puñado de misioneros huyeron de los nativos hacia la Isla Grande de Tierra del Fuego para morir de hambre y frío en una especie de éxtasis religioso varios días después. Años más tarde la Isla Picton volvería a cobrar fama debido a la ridícula disputa entre los egos Argentinos y Chilenos por el control de tres pequeñas islas sobre el Beagle. Tanto es así que muchas fueron minadas y hasta el día de hoy quedan zonas en las que no es seguro transitar.

Camino al Estrecho de Le Maire

Al día siguiente la histórica caleta nos regaló un amanecer aún más espectacular que el atardecer del día anterior y luego de levantar el ancla y preparar las velas, ya estábamos rumbo al Beagle nuevamente. El plan era llegar al extremo sur del estrecho de Le Maire no antes de las 6 PM ya que hasta esa hora la marea generaría una impresionante corriente en dirección opuesta a nuestro rumbo. Este estrecho separa la Isla Grande de Tierra del Fuego y la Isla de los Estados, donde la cordillera Darwin, continuación de la cordillera de los Andes, finalmente se sumerge en el Atlántico. El pasaje fue una linda bienvenida a la navegación nocturna, nos puso al corriente la importancia de estar siempre atentos al curso marcado por el compás ya que un solo descuido puede poner el barco en otra dirección, susceptible a las rachas patagónicas y por lo tanto también quizá a una vela rota. Esa noche nos despedimos de tierra firme y no la volveríamos a ver hasta dentro de trece días.

En 1615 el explorador Holandés Jacob Le Maire fue el primero en circunnavegar hacia el océano Pacífico por el Cabo de Hornos, demostrando finalmente la suposición de Francis Drake, de que la Isla Grande de Tierra del Fuego era justamente eso, una isla. Quizá no tan históricamente infame como el Cabo de Hornos, el estrecho de Le Maire se hace respetar a la fuerza entre el mundo de la navegación. Para empezar, está en la Patagonia y eso significa mucho viento y los infames “williwaws”, rachas de impresionante intensidad. Como si esto no fuera suficiente las enormes mareas de la zona generan corrientes alternantes y “eddies” que pueden resultar en un gran desafío para una embarcación a vela, o de cualquier tipo diría yo. Para completar, existen enormes algas o “kelps”, básicamente árboles submarinos de hasta 20 metros de largo, resistentes como la mejor cuerda y siempre a la orden para enredarse en alguna quilla, timón o hélice. El pasaje por el estrecho debe entonces estar bien coordinado y comandado por gente experiente, de lo contrario podría terminar en desastre. A estribor dejamos la Isla de Los Estados, otro de mis “to-do” que tengo siempre presente, un pedazo de tierra increíblemente salvaje donde se encuentra el “faro del fin del mundo” que Inspiro la novela de Julio Verne donde el valeroso Vázquez debe luchar por sobrevivir y vengar la vida de sus compañeros frente al pirata Kongre. Novela muy entretenida y fácil de leer, a lo Verne.

El gran azul

El “Mar Argentino”, que se extiende desde la Isla de los Estados hasta mi querido Río de la Plata, nos recibió con fuertes vientos de dirección noreste y con una intensidad de 40 nudos o más, cosa poco favorable para nuestra navegación. Esto nos obligó a cambiar drásticamente de dirección, haciendo un “zig-zag” para poder avanzar. Las olas, ahora libres de cosechar esa fuerza eólica, crecían en tamaño haciendo que el velero cabecee y revolviendo algún que otro estómago. El inmenso azul ya rodeaba los 360 grados del compás y el horizonte móvil solo se modificaba a la noche iluminándose, increíblemente, hacia el este como si fuera una ciudad a la distancia o una especie de aurora boreal. Luego de investigar descubrí que esto es causado por los decenas de barcos pesqueros en busca de camarones que se agrupan justo donde la placa continental se desploma en un precipicio submarino desde los 200 metros a los 6 kilómetros. Estos barcos que según lo que he leído son en gran parte responsables de la crisis pesquera, iluminan el océano con cientos de potentes lámparas atrayendo plancton y peces que a su vez atraen al calamar.

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Navegar en temporales requiere estar mucho más atento, cualquier eventualidad se puede transformar en un problema de un segundo a otro. Maniobras que en vientos calmos parecen fáciles ahora son más complejas y no dan lugar a “cagaditas” tolerables en otras situaciones. Es más difícil timonear, las velas y los cabos est[an tensos, las olas zarandean el barco, hay menos visibilidad y que se yo, un centenar de cosas que pueden salir mal. Especialmente cuando la mano de obra no es muy experta, como el caso de quien les habla. Además, toda la estructura del barco parece estresada y todo lo que no esté firmemente asegurado volará por los aires y caminar un metro requiere agarrarse como un pulpo, planeando cada paso para no reventarte la cabeza contra una pared. Pero aunque suene extremo, es lindo de vivirlo y sentir esa intensidad navegando a cientos de kilómetros de la civilización, sobre todo en un velero y tripulación en el cual se confía. Suena medio poético-cliché, pero es para mí una sensación que es difícil sentir nuestra vida «normal».

Como dice el dicho, luego de la tormenta vino la calma, y fue completa. Dos días de literalmente casi nada de viento nos obligaron a poner los motores en marcha. Con el motor generalmente viene también el timón por GPS. Por un lado, ir a Diesel cuesta combustible y esto cuesta verdes (y muchos) pero por otro, nos permitió relajarnos, cocinar más elaboradamente, leer y hasta tirar un anzuelo sin mucha expectativa. La única preocupación era estar atento a algún barco pesquero que a veces cruzaban desde/hacia el continente y a que las gaviotas no se enganchen en el anzuelo.

Los próximos días el clima mejoró increíblemente, el viento viró hacia el noroeste, el cielo estaba despejado y las olas habían mermado. Navegábamos a una velocidad entre 7 a 8 nudos a pura vela. Todos contentos, especialmente el capitán.

En la recta final

Ya nos encontrábamos en el tramo final de nuestra singladura y por lo menos yo, sentía la cercanía a mi paisito y estar en su rumbo me caía muy bien, como un caballo cuando enfila para las casas después de una jornada de trabajo. El buen viento que nos había regalado una excelente navegación los días pasados no duró mucho y se volvió a planchar por casi dos días seguidos lo que requirió prenderle al Diesel otra vez. La barra a bordo se dedicó de nuevo a la charla, lectura, cocina, alguna bebida espirituosa para ver caer el sol y al ocio. Al haber personas a bordo de todas partes del mundo, generalmente se disfruta de un buen comer durante la navegada. Con las restricciones que la madre naturaleza pueda imponer sobre el barco, las comidas son excelentes. El velero, con todas las comodidades para cocinar lo que se quiera y grandes capacidades de almacenamiento no es restricción alguna.

Los últimos días de navegación fueron excelentes, el viento viró al sur y navegamos a casi 8 nudos. También navegamos brevemente con las velas en una configuración llamada “oreja de burro” o “mariposa”, usada cuando el viento viene de popa (“de atrás”). La idea es colocar la vela mayor hacia un lado y la génova hacia el otro mediante el uso de la botavara del spinnaker, una botavara móvil, desmontable.

Con el buen clima, la buena navegación y la cercanía al puerto los espíritus a bordo estaban florecidos y como frutilla de la torta, el Atlántico decidió hacernos un último regalo increíble. Al menos 30 o 40 delfines se unieron al Santa María Australis durante un largo tramo. Los delfines son algo bastante recurrente en las navegaciones, pero yo nunca los había visto en tanta cantidad. Nadaban a ambos lados del barco, algunos pegándose a la proa como queriendo ser su mascarón, otros se dedicaban a nadar las olas. Algunos, aprovechando alguna ola saltaban cayendo elegantemente o porque no, de planchazo. Otros nos acompañaban desde lejos, saltando alegremente y corriendo carreras entre sí. Fue realmente un espectáculo de la naturaleza y me hizo sentir muy afortunado de poder estar ahí para verlo. La noche final nos despidió con un swell de buen porte y para la mañana siguiente ya pudimos divisar la silueta de los rascacielos de Punta del Este, la ciudad turística más popular de Uruguay. Al poner los pies en tierra firme sentí esa sensación única de marearme en tierra, acostumbrado a días de movimiento en altamar, estar sobre tierra firme fue extraño y duró un buen rato en volver a la normalidad.

Y así concluyo este viaje y desembarqué en Uruguay, pero donde termina un viaje comienza otro y luego de ir a ver a mi cuadro Montevideo Wanderers Football Club el destino quiso que días después me estuviese subiendo de vuelta en el Santa María Australis para continuar la navegación hacia Brasil a tiempo para el Mundial de fútbol. Naveganmos por la costa Uruaguaya y Brasilera hasta el destino final en Paratí, donde seguí a dedo hacia Rio de Janeiro. Pero esa historia quedará para otra entrada.

He tenido la suerte de decir que muchos viajes me quedarán guardados para siempre en mi memoria, este blog es un fiel testimonio de eso. Este no fue la excepción, experimenté paisajes únicos disfrutados con los cinco sentidos, continué con mi aprendizaje de la navegación a vela, sentí la naturaleza y la intemperie como pocas veces, hice amigos con los que sigo en contacto hasta el día de hoy y sobre todo, aprendí un poco más de mí mismo.

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Primeras vistas de Punta del Este.

Una respuesta a “De Chile a Uruguay en velero”

  1. Que espectacular y llena de libertad experiencia !!! Y que bueno que lo compartas de forma tan amigable !! Gracias!!

Hola!